Hablamos con la demógrafa Teresa Castro Martín, experta en dinámicas familiares y con una larga vinculación con los derechos sexuales y reproductivos.
La socióloga y demógrafa Teresa Castro Martín es profesora de investigación en el Instituto de Economía, Geografía y Demografía (IEGD) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Experta en dinámicas familiares, tiene una larga vinculación con el ámbito de la salud y los derechos sexuales y reproductivos: formó parte del Secretariado de la histórica Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo celebrada en El Cairo en 1994, y trabajó en la División de Población de Naciones Unidas en Nueva York.
Sus investigaciones integran las perspectivas de curso de vida, género y estratificación social en el estudio de la fecundidad: ¿Por qué y cómo es necesaria esa vinculación?
La perspectiva de curso de vida ha revolucionado en cierto modo el campo de la demografía, ya que ha cambiado el enfoque de atención: de los agregados poblacionales a los comportamientos demográficos de los individuos. Ahora no estudiamos las trayectorias reproductivas de las personas de forma aislada, sino en relación con sus biografías educativas, laborales, conyugales y migratorias. Por ejemplo, la maternidad adolescente puede tener un impacto significativo no solo en la trayectoria educativa y laboral de la madre, sino también en la futura trayectoria vital del propio hijo. Además, las biografías individuales se desarrollan en un contexto histórico y en una comunidad específica, aspectos que deben integrarse en el análisis. También es importante tener en cuenta el género, la generación y la clase social de las personas, ya que condicionan en gran medida sus oportunidades y sus decisiones reproductivas y vitales.
Los datos demográficos, especialmente los relacionados con la fecundidad y la natalidad, se han convertido en asuntos de las agendas políticas ¿Qué opinión le merece la interpretación y el uso que se les está dando?
Durante mucho tiempo, la demografía apenas despertaba interés fuera del mundo académico. Pero hoy en día contamos con una vicepresidenta de la Comisión Europea para Democracia y Demografía y con un Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, lo que indica que la demografía ha entrado en la agenda política nacional e internacional. Debo reconocer que este nuevo interés social y político por cuestiones demográficas nos ha venido muy bien para dar visibilidad al trabajo que llevamos haciendo desde hace mucho tiempo. Pero también hay demasiado ruido y desinformación en torno a los temas demográficos. Con frecuencia, se recurre a la demografía como fuente de alarmas y riesgos. Cada vez que el INE difunde los datos anuales de nacimientos y defunciones, se utilizan expresiones como “crisis demográfica”, “invierno demográfico”, “sangría demográfica” e incluso “suicidio demográfico” en muchos titulares de prensa, acompañados de imágenes de cunas o columpios vacíos. Pero el hecho de que haya más defunciones que nacimientos es habitual en Europa y se convertirá en la norma en todo el Norte Global en un futuro muy cercano. Esto se debe en gran medida a los grandes avances en la esperanza de vida, lo que ha llevado a que haya un número relativamente elevado de personas en edades avanzadas.
Es frecuente encontrar un encuadre catastrofista en las noticias relacionadas con la evolución demográfica. Muchas veces se plantea la baja natalidad como un grave problema, como una amenaza que nos conduce inevitablemente hacia una sociedad de “viejos” y al colapso del actual sistema de bienestar. Esta perspectiva negativa sobre el descenso de la fecundidad, que en realidad es un logro vinculado al empoderamiento de las mujeres, contribuye a crear un clima de opinión pesimista. En la era de la posverdad, las percepciones y las emociones adquieren mayor relevancia que la objetividad de los datos, y el miedo a unas pensiones insostenibles y menguantes debido a la evolución demográfica se ha asentado en el pensamiento colectivo. Por eso es importante que los demógrafos y demógrafas nos esforcemos por cambiar esta narrativa simplista y alarmista, impuesta por personas sin formación demográfica. La demografía es una ciencia que se basa en datos y análisis rigurosos, no en una mera opinión.
Ha manifestado su preocupación por el auge del pronatalismo, que además usted dice que no funciona para cambiar las dinámicas demográficas. ¿Puede explicarnos esta preocupación?
Según las encuestas periódicas sobre políticas poblacionales realizadas por la División de Población de Naciones Unidas a los gobiernos de todos los países, se ha observado un notable aumento en el número de gobiernos que declaran que la tasa de fecundidad de su país es “demasiado baja” y que han puesto en marcha “políticas orientadas a aumentar el nivel de fecundidad”. Hace 40 años eran solo 13 países y ahora son 55 países, incluyendo 27 países europeos y 18 países asiáticos. Uno de los países que se ha sumado recientemente a esta tendencia es China. Después de casi cuatro décadas de aplicar la controvertida política del “hijo único”, ahora permite a las parejas casadas tener hasta 3 hijos, pero hasta el momento, el boom de nacimientos que el gobierno esperaba, no se ha producido.
En la última década, varios países como Hungría, Polonia, Rusia, Japón, Corea del Sur o Singapur, han implementado políticas explícitamente pronatalistas. Algunas de estas políticas se basan más en consideraciones ideológicas que en evidencias científicas, ignorando la diversidad familiar actual y obstaculizando los derechos reproductivos de las mujeres. No existe evidencia de que las políticas destinadas específicamente a aumentar la fecundidad tengan un impacto significativo. Aunque algunos países han implementado incentivos económicos o cheques-bebé (algunos bastante generosos, como Singapur, donde los incentivos económicos pueden sumar unos 10.000 euros para una familia de dos hijos cuando estos alcancen los 13 años), estos incentivos no han logrado el efecto esperado de aumentar la fecundidad. La mayoría de los estudios coinciden en que las ayudas económicas directas pueden influir en el calendario de los nacimientos, pero no tienen un impacto visible en la descendencia final. En otras palabras, su efecto es transitorio ya que en este tipo de iniciativas de fomento de la natalidad nunca se abordan las verdaderas razones por las que las personas no tienen el número de hijos que se desean. Otra razón es que los incentivos económicos, incluso cuando son generosos, solo cubren parcialmente los costes reales de criar a un hijo. Por ejemplo, en España, Save the Children ha calculado que el coste de la crianza en 2022 era de 672€ al mes por hijo o hija.
UNFPA defiende en su último informe anual que en lugar de intentar cambiar las dinámicas demográficas hay que reforzar el derecho a la autonomía sexual y reproductiva como forma de fomentar la resiliencia demográfica. Entendemos que hay en esto un gran consenso entre las personas expertas en demografía. ¿Cómo funciona esta ecuación?
Sí, existe un amplio consenso entre expertos y expertas en demografía desde hace décadas. Las dinámicas demográficas son extremadamente difíciles de cambiar e incluso hay algunas que son imposibles de alterar. Cuando escucho en ciertos foros políticos la propuesta de revertir la pirámide demográfica actual para que vuelva a tener forma de pirámide, me río por no llorar. ¿Realmente desean que la población española se pueda representar en forma de pirámide como, por ejemplo, la de Nigeria, con muchos niños en la base y pocos mayores en la cúspide? Esto implicaría que las mujeres perdieran su autonomía reproductiva y que la mortalidad aumentara considerablemente para que solo unos pocos alcanzaran edades avanzadas. Quienes proponen esto claramente carecen de conocimientos de demografía y no saben interpretar correctamente una pirámide de población.
Desde la Conferencia de Población de Cairo en 1994, todos los países se han comprometido a reconocer y respetar la libertad y autonomía de las personas para tomar decisiones responsables sobre la maternidad y paternidad, incluyendo si desean tener hijos o no, cuántos, en qué momento y con quién. Este compromiso implica la necesidad de garantizar el acceso universal a la salud sexual y reproductiva. A partir de la Conferencia de Cairo, ya no es legítimo que un Estado persiga como objetivo aumentar o disminuir la población. Lo que sí pueden hacer los Estados es implementar políticas sociales que apoyen a las personas en la consecución de sus aspiraciones reproductivas.
La baja natalidad ha sido utilizada como una excusa conveniente por ciertos grupos de interés para promover su agenda ideológica conservadora y cuestionar los derechos sexuales y reproductivos. El discurso de muchos de estos grupos ultraconservadores establece una conexión entre la disminución de la fecundidad y el aumento de abortos, el descenso de matrimonios y el incremento de divorcios. Su “receta” para aumentar la natalidad consiste en abogar por el retorno a la familia tradicional, a los roles de género asimétricos y a los valores culturales que supuestamente fomentaban la maternidad en el pasado. Este tipo de discurso se niega a reconocer que la diversificación familiar ha llegado para quedarse y que retroceder en el tiempo no es ni posible ni deseable. Además, parece ignorar los datos y estudios que demuestran que la fecundidad es más elevada precisamente en aquellos países donde las configuraciones familiares son más diversas.
Usted habla de que estamos ante unas nuevas configuraciones familiares. ¿Cómo son?
Hoy en día existe una amplia diversidad en las configuraciones familiares. Además de las familias tradicionales compuestas por una pareja casada y sus hijos biológicos, encontramos familias sin hijos, familias con hijos adoptados, familias formadas por parejas no casadas, familias formadas por parejas del mismo sexo, familias monoparentales, familias reconstituidas y familias transnacionales. Todas ellas aspiran a recibir el mismo nivel de reconocimiento y protección social con el que cuenta la familia nuclear tradicional.
Destacaría la creciente prevalencia de la cohabitación, que está reemplazando progresivamente al matrimonio como forma de establecer una familia y como contexto socialmente aceptado para tener y criar hijos. Hoy en día, la mitad de los nacimientos ocurren fuera del matrimonio, y aproximadamente dos tercios de ellos corresponden a parejas de hecho. Estos cambios en las formas de pareja cuestionan la hegemonía que ha mantenido hasta ahora el matrimonio como base de la vida familiar, y nos invitan a reevaluar la legislación familiar.
¿Cómo están determinando estas configuraciones un cambio en la maternidad?
Ahora mismo, las decisiones relacionadas con la maternidad no se limitan únicamente a elegir si tener o no hijos, sino también a decidir cuándo tenerlos, si tenerlos dentro de un contexto matrimonial o no, y si tenerlos con o sin pareja. Una tendencia en aumento es el número de mujeres que opta por tener un hijo sin convivir con una pareja, representando alrededor del 18% de los nacimientos. Esta elección refleja la diversidad de opciones y configuraciones familiares que existen en la sociedad actual.
A través de sus investigaciones, ha visto que hay una gran variedad de políticas sobre la familia en la Unión Europea. ¿Son adecuadas las que se aplican en España? ¿Cuáles se ha demostrado que funcionan para aumentar el bienestar y respetar los derechos de las personas?
El sistema español de apoyo a las familias y la infancia se sitúa entre los menos desarrollados de Europa, ya que destina únicamente un 1,5% del PIB, 1 punto porcentual menos que la media de la Unión Europea. Estos niveles de apoyo público distan mucho de proporcionar una cobertura adecuada para afrontar los costes asociados a la crianza en España, así como para abordar el preocupante nivel de pobreza infantil en nuestro país, que es el más alto de la eurozona.
Los estudios demográficos revelan que la tasa de fecundidad tiende a ser más alta en sociedades donde los jóvenes tienen un fácil acceso al empleo, donde existe una corresponsabilidad entre las familias y el Estado en el cuidado de los hijos, y donde las políticas sociales fomentan la igualdad de género y la conciliación entre la vida laboral, personal y familiar. En estos contextos, se crea un entorno propicio para que las parejas decidan tener hijos y afrontar las responsabilidades parentales de manera equitativa. En el caso de España, los permisos parentales iguales e intransferibles son un logro importante, pero todavía queda por conseguir el acceso universal a la educación infantil de calidad de 0 a 3 años.