Desde la pedagogía, desde el diálogo, desde la convicción de que un mundo con más derechos es un mundo mejor para todas y todos. Con firmeza y con esperanza.
El 8 de marzo nació en las fábricas, en la lucha por derechos laborales, y desde entonces no ha dejado de crecer. Hoy sabemos que la igualdad no se juega solo en el trabajo: se juega en la educación, en la salud, en los cuidados, en la economía y también en la sexualidad. Porque la libertad no es completa si aún hay barreras que limitan nuestras vidas, si el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos sigue siendo cuestionado, si el bienestar sigue marcado por la desigualdad.
Hoy, desde algunos sectores se intentan frenar los avances, desprestigiar el feminismo, confundir a la sociedad con discursos que nos enfrentan. Pero la igualdad de género no es una amenaza: es un compromiso con un mundo más justo. Por eso, tenemos un reto: explicar mejor, con más claridad y más cercanía, lo que significa la igualdad. No desde la confrontación, sino desde la pedagogía, desde el diálogo, desde la convicción de que un mundo con más derechos es un mundo mejor para todas y todos.
Este 8M movemos la solidaridad, porque la igualdad no es solo una causa individual, es una lucha compartida que nos fortalece como sociedad. Movemos conciencias, porque solo entendiendo lo que está en juego podemos transformar realidades. Y movemos políticas, porque sin decisiones valientes y comprometidas, el cambio no es posible.
Este 8M marcamos el futuro. No nos quedamos en la denuncia: construimos, proponemos, abrimos camino. No dejamos que el miedo nos detenga ni que el ruido nos haga olvidar lo esencial. Seguimos avanzando, con firmeza y con esperanza, porque la igualdad no es solo una meta: es la clave de una sociedad humana y decente. Y no hay marcha atrás.