Por eso necesitamos una educación sexual que reconozca el derecho de las mujeres a vivir su sexualidad de forma autónoma y placentera. Editorial del presidente de la FPFE en el Día Mundial de la Anticoncepción.
Las políticas y un cierto tipo de moral son algunas de las razones para que el acceso a la anticoncepción siga siendo desigual en nuestro país:
Como cada año desde el que fuera el primero en 2007, el día 26 de septiembre celebramos el Día Mundial de la Anticoncepción. Y como cada año desde entonces, volvemos a manifestar, con pesar, lo lejos que estamos de poder declarar que no hay nada que celebrar ya que todo está feliz y eficazmente celebrado.
El acceso a la anticoncepción sigue siendo en nuestro país fundamentalmente desigual. Además de difícil para no pocas mujeres: adolescentes y jóvenes, mujeres inmigrantes, mujeres en situación de exclusión social, mujeres con discapacidad intelectual, mujeres sometidas a un estructural patriarcado. Mujeres, demasiadas mujeres en demasiadas circunstancias y en demasiados lugares.
Para encontrarnos en esta situación hay razones ajenas a las mujeres. Son todas aquellas que dependen de quienes deben gestionar nuestros recursos en salud y presupuestarios. Políticas de una u otra manera cargadas de una ideología y no pocas veces de una moral que sigue considerando la posibilidad de gestación el control más eficaz a una autentica autonomía sexual y erótica.
Hay otras razones más cercanas a la vivencia del modelo femenino marcado, entre otras características, por una valoración trascendente de su potencialidad fecundante y gestante.. Valoración que se impone no sin la inestimable ayuda de un sistema patriarcal estructurado y con estrategia de probada eficacia tras siglos de ejercicio. Estrategias que ha permeado en no pocas conciencias femeninas a las que han conseguido contagiar esa sensación de la necesidad de “poder ser madres”. Este contagio supone muchas veces una cierta ambigüedad emocional entre la decisión voluntaria y responsable de ser madre y la de asumir algún riesgo, que en caso de una consecuencia indeseada, confirmaría su capacidad para asumir ese papel de mujer-madre, superando el estatus de mujer-niña. Infantilizar a las mujeres tiene consecuencias demasiado graves.
Ante unas y otras razones, ajenas y propias, y tras recorrer distintas y sesudas estrategias con ambiciosos y nobles objetivos, solo la educación sexual puede resolver todas las dificultades para que la decisión de ser madres (también padres) se convierta en una decisión libre, sosegada, responsable, madura y con garantías de felicidad. Una educación sexual formal, sistemática y dentro del currículo escolar. Una educación sexual que reconozca los derechos de las mujeres adolescentes y jóvenes, de todas las mujeres, a vivir su sexualidad de forma autónoma, placentera y no tutorizada.
Todo lo que deje fuera la educación sexual, como derecho y como valor, nos va a impedir celebrar un 26 de septiembre que ya no necesitamos señalar que vivimos en una sociedad que no es justa, equitativa e igualitaria.